Nos despertamos temprano para llegar al Palacio Belvedere a las 9.30, hora para la que habíamos comprado las boletas. Decidimos entrar sólo al Upper Belvedere que es donde están las obras mas importantes de Klimt, entre ellas, El Beso. También hay varias obras de Egon Schiele, Monet y Van Gogh además de una colección de cuadros viejos que no nos gustan tanto.
Para llegar al palacio, tomamos el metro hasta la estación Mitte y de ahí nos fuimos en tren hasta Belvedere Bahnhof. El palacio y sus alrededores son casi tan imponentes como el Hofburg. Los jardines en primavera y verano deben ser impresionantes.
Como no encontramos un lugar para comer en el camino y estaba lloviznando, desayunamos en la cafetería de palacio antes de entrar.
“El beso” de Klimt es impresionante. No tiene nada que ver con lo que uno ve en las fotos, pero la obra que mas nos gustó fue “Judith”. Nos sorprendienron mucho los marcos de sus cuadros y vimos varias cosas de Egon Schiele muy buenas, entre ellas un autorretrato.
Despúes del Belvedere, salimos hacia el museo Albertina. Para llegar por metro es necesario bajarse en Stephenplatz y caminar, así que volvimos a hacer un recorrido por los almacenes del centro y nos fuimos vitrineando hasta el museo, a pesar de que seguía lloviznando.
Cuando dicen 100% de posibilidades de lluvia en Bogotá, uno espera tormentas eléctricas, granizo e inundaciones, pero aquí, apenas llovizna todo el día y hace un frío muy jodido.
El Albertina es un museo increíble con una colección bastante grande y muy completa de arte moderno y está organizado de una manera cronológica y por movimientos lo que hace muy interesante el recorrido, porque además está todo muy bien documentado.
Hay obras no solo de Klimt y Schiele, sino de Picasso, Miró, Monet, Modigliani, Chagall, y muchos mas. Es muy difícil escoger cuales serían las mejores obras del museo. De hecho, nos pareció que en un panorama general, (con excepción de las obras de Klimt y Schiele), es mejor que el Belvedere.
Además de la colección permanente, hace poco se inauguró una exposición de Dhürer, que estaba llena de viejitos malgeniados pero pudimos ver el Conejo y el Ala del Azulejo que nos encantaron por el nivel de detalle. Sobretodo si uno piensa que son acuarelas que se hicieron hace mas de 600 años.
Del Albertina salimos tullidos de hambre, así que caminamos de nuevo a Stephenplatz, donde habíamos descubierto un restaurante de comida Austriaca, el Reinthaler. El primer buen indicio fue ver que solo había austriacos adentro. Comimos Schnitzel y cerdo al horno con sauerkraut (Chucrut), que dentro de nuestra opinión, son los mejores de Austria.
Después de almorzar, decidimos ir a conocer el Palacio Schönbrunn, que se supone es la atracción No. 1 de Vienna. Queda bastante lejos pues era la residencia veraniega de los Habsburgo, así que nos fuimos en metro, tren, y caminando por un bosque sin fin, en medio de la lluvia.
El palacio en tamaño es una monstruosidad, pero no es tan chévere como el Hofburg (por eso era la finca). Se puede entrar, pero no somos mucho de entrar a ver cosas rococó y muebles viejos detrás de un plástico empañado, así que nos fuimos al café para matar el frío antes de devolvernos.
Hicimos pipí, nos tomamos un café y nos comimos otro Apfelstrudl antes de volver al apartamento a descansar con una parada técnica por chocolates y provisiones.