Teníamos que empezar el día como nos lo merecemos, entonces nos fuimos a desayunar a las galerías reales, donde conocimos a las primeras belgas malgeniadas, porque en general los belgas son todo amor y paz, pero sáqueles la piedra por perder el papelito de la cuenta para pagar y agárrese quien pueda.
Ya con la barriga llena, fuimos al museo del cómic, donde a Caro y a Tania se les contagiaron las ganas de leer las aventuras de Tintin, Asterix y Obelix.
Salimos con hambre y caminando encontramos la plaza de Santa Catherina, detrás de los restaurantes tourist trap, encontramos un lugar especial con mesas al aire libre y sorprendentemente con sol y comimos en Barouche, un restaurante de bowls y wraps muy rico.
Después de entender que el Atomium es tan solo un conjunto de escaleras eléctricas y pasarelas metálicas disfrazado de molécula gigantes, decidimos cambiar el plan por más tiempo en Brujas así que tomamos el tren.
No nos arrepentimos de la decision, Brujas es como un pueblito de cuento lleno de canales, casitas de ladrillo y lugares especiales para comer. En este viaje aprendí que el nombre de Brujas no tiene nada que ver con brujas o magia, sino que proviene del neerlandés “Brugge”, que significa “puente”, y hace referencia a los puentes que cruzan sus canales.
Después de dejar las maletas, caminamos un rato por los alrededores y terminamos en la Gran Plaza buscando dónde comer. Estábamos congeladas, así que priorizamos los calentadores de ambiente por encima de la calidad, y terminamos comiendo pizza en un lugar de 2 estrellas pero calientito.
Nos ganó el frio y el cansancio así que nos fuimos a dormir al hotel. El Hotel Rosenberg, donde nos quedamos, es viejito pero está ubicado en una zona tranquila sobre uno de los canales.