Salí para Bruselas, esta vez sin Dani, para un paseo de amigas. Me encontré primero con Caro y después de un gran abrazo, de esos que se dan en los aeropuertos tras años sin verse, arrancamos en tren hacia Mechelen.
Mechelen es una ciudad mucho más importante de lo que aparenta. Durante un tiempo, hace varios siglos, fue la capital de los Países Bajos y es famosa por su prestigiosa Escuela de Carrillón. Nunca imaginamos que tocar campanas requería estudios, pero así es. Hoy en día, es la sede del arzobispo de Bélgica y, curiosamente, también del hogar de la amiga de Elena, Effie (bueno, ella vive cerca).
Primera misión, tomar un viaje en barquito por los canales de la ciudad para ver casas bonitas y elegantes mientras echábamos chisme y adelantábamos cuaderno.
Durante la caminata pasamos por un begijnhof, un barrio de solteronas rezanderas, pero mas interesante aún, descubrimos que el Papa Juan Pablo II, tuvo que dejar la santidad a una lado para parar a mear en la tienda de al lado y ahora la gente visita el lugar pensando que de ahí sale agua bendita.
Más adelante, vitrineando por la calle Bruul, Caro se sorprendió con las diferencias entre pequeñas ciudades europeas y Dallas. Menos kilómetros de asfalto, edificios miniatura, más estilo en las vitrinas de moda, y bicicletas con carrito.
El paseo en barquito recorre el río Dijle y sus canales con casas súper elegantes a lado y lado. Los belgas no parecen tener problema en dejar todo a la vista, con sus enormes ventanales y sin cortinas, pudimos echar ojo y antojarnos de su vida cotidiana.
Los Belgas almuerzan a las 12, justo como a mi me gusta, pero después del paseo ya estábamos tarde así que nos fuimos directo al mercado De Vleeshalle donde nos encontramos con Effie quien introdujo a Caro en el mundo de las cervezas frutales.
Seguimos con el chisme y la caminata hacia la catedral de San Rumoldo. La torre nunca se terminó como estaba originalmente planeada. La idea era construir una punta que llevara la altura total a unos 167 metros, pero por varias razones, principalmente económicas, el proyecto quedó inconcluso. Como resultado, la torre tiene un tope plano a unos 97 metros.
Se puede subir y ver toda la ciudad pero por varias razones, principalmente físicas, decidimos solamente entrar a la catedral.
Para despedirnos de Effie, decidimos ir a un Cat Café y tomarnos un capuchino al lado de varios gatitos bien simpáticos.
Tomamos el tren de vuelta a Bruselas para encontrarnos con Tania en la estación Midi, pero antes paramos a dejar las maletas en el hotel, que estaba perfectamente ubicado a unos pasos de la Gran Plaza, y así pudimos echar un vistazo rápido a la ciudad y comer las primeras papas belgas.
En la euforia del primer día de viaje, nos fuimos caminando a la estación MIDI, decisión que lamentamos cuando empezamos a pasar debajo de puentes oscuros y al lado de gente rara, pero llegamos a salvo, listas para el siguiente abrazo de aeropuerto con Tania y volver a la zona del hotel para comer salchicha con papas. En medio de tanta emoción, se nos olvidó tomar fotos.