Día 6 – Nueva York – Ya somos locales

Desayunamos pancakes de verdad con miel maple de verdad en Cornerstone Café para salir directo al Guggenheim. Hasta ahora, el mejor desayuno.

   
 

El Guggenheim como edificio se ve igual o más impresionante que en las fotos; por algo es el favorito de Elena. La colección permanente es casi tan buena como la del MoMA, pero lo que nos dejó aburridos fue la exposición itinerante de un tal Alberto Burri.  De 200 cuadros, nos gustó apenas uno.   Lo que sí es una estupidez total es que no se puedan tomar fotos en el museo; no por los cuadros sino por el edificio. Esta fue la única que se logró.  (Nótese al final el guardia pidiéndonos apagar la cámara).

  
 
  

 

Investigando el mapa Elena descubrió el Cooper Hewitt, un museo de diseño cerca al Guggenheim, así que nos dimos la pasadita. Había una colección de pósters muy chévere y muchos objetos de diseño organizados de una manera especial (desde el punto de vista de un diseñador). Parece más una colección personal que un museo y la casa donde está es realmente impresionante.

  
  

Lo más interesante sin embargo, fue la exposición temporal de Heatherwick Studio el el último piso, una compañía de diseño inglesa que está revolucionando la arquitectura en el mundo entero. Han hecho desde los nuevos buses de Londres hasta templos budistas en China.
  
 
  

Como vimos muchos perritos en la calle, entramos a PetCo de 5th Av a comprarle un juguete a Tesla y seguimos a pie hasta la reserva de Jackeline Onassis, que es el lago más grande Central Park. Caminamos un rato hasta encontrarnos un obelisco egipcio en la mitad de la nada (detrás del Museo Metropolitano) y aprendimos que tiene más de 3000 años y es original, así que tomamos fotos.

  
 

Después de caminar casi 2 horas por Central Park, nos dimos cuenta que estábamos muy lejos de la casa, así que caminamos hasta el Metro, que por plena hora pico estaba de miedo. Estuvimos a punto de coger un taxi, pero después de esperar varios trenes pudimos meternos a uno. En el camino caímos en cuenta de que necesitamos lavar algo de ropa, es decir, ir a un laundromat.

Recolectamos monedas de todos los bolsillos y salimos con la ropa en bolsas hasta la lavandería de la esquina y no entendimos que estaba pasando. Había pantallas táctiles por todas partes y ninguna ranura para echar monedas. Esto es duro para el campesino!

   
 

Salimos tarde, cansados y con hambre, y para cerrar el día de manera célebre, compramos pizza de 99 centavos el pedazo en el chuzo de un indio que solo sabía decir pepperoni. Comimos con algo de preocupación y nos fuimos a dormir.

  

Campesinada

En las lavanderías públicas ya no se usan monedas. Eso pasaba en la época en la que filmaron Friends. La primera impresión al ver que en las lavadoras había ranuras para tarjeta fue que teníamos que usar una tarjeta de crédito. Lo intentamos y no funcionó.  Tuvimos que preguntar. 

La respuesta fué que en el mundo moderno hay que comprar una tarjeta prepago de Lavandería, cargarle plata en una pantalla táctil y con eso comprar el jabón y programar las lavadoras.   Tampoco hay que sentarse a esperar “in situ” (aunque nosotros lo hicimos).   Se puede bajar un App para el celular, que pita cuando la ropa está lista.