Salimos de Washington a las 8 am pensando en llegar a Philadelphia de un solo empujón.
Hay que cruzar Maryland y Delaware para llegar a Pennsylvania. La carretera como es de esperarse, es excelente pero no hay más peajes que opciones para parar. Es como atravesar un bosque infinito.
En la mitad del camino, decidimos entrar al primer pueblito que se nos apareciera y descubrimos Havre de Grace (pop. 13000), que no tenía tiendas pero si un faro.
Camino a Philadelphia buscamos el mejor lugar para almorzar, encontramos un recomendado de una serie de tv (Man va Food) donde en teoría estaba el mejor sandwich de cerdo de la historia del mundo mundial. La sorpresa es que, Dinic’s, el restaurante estaba dentro de Reading Terminal Market, una plaza de comida local con un millón de carnes, sándwiches, jugos, postres, verduras y todo el inventario de la pobre viejecita.
Los sándwiches de Dinic’s son imperdibles, pero se queda uno con ganas de que le dé más hambre parar seguir comiendo cosas. Hay que volver.
Saliendo de almorzar fuimos a visitar los Jardines Mágicos de Isaiah Zagar, un artista loco que decidió convertir su casa en mosaicos hechos con materiales de construcción reciclados. Y hoy a hecho más de 200 fachadas en diferentes casas y edificios de la zona.
Completada la tarea cultural, arrancamos para Nueva York a enfrentarnos después de 3 horas más de carretera al trancón más bogotano que hemos visto. Entrar al aeropuerto JFK para devolver el carro nos tomó casi 3 horas más.
Devuelto el carro, tomamos un monoriel hasta la estación de tren cometiendo la primera, segunda y tercera campesinadas. Y después de una hora y media de viaje, Nueva York nos dio la bienvenida con el hedor a pecueca más terrible que pueda existir en un vagón del metro, donde estuvimos media hora más antes de caminar al apartamento.
El apartamento está muy bien ubicado y tiene una personalidad muy neoyorquina, fue una muy buena decisión escoger AirBnB sobre un hotel.
Campesinadas
- En la entrada al aeropuerto JFK, solo hay una bomba de gasolina. Nos la saltamos pensando que había más y salió carísimo el chiste.
- Compramos el tíquete del monoriel e ignoramos la recomendación de la máquina para comprar el del metro también. Al entrar, nos hicieron devolvernos a comprarlo.
- Tomamos el monoriel que iba para el otro lado y nos tocó esperar a que hiciera todo el recorrido y regresara al mismo lugar, par poder cambiar de tren.